15 ene 2012

Honrar a la furia

James Agee
José Bergamín


"Todos los verdaderos artistas poéticos sufren, tarde o temprano, esta injuriosa y calumniosa difamación del éxito. Es el caso de Beethoven, de Rafael o Tiziano o Mantegna, de Dante o de Baudelaire o Poe; de todos los que han hecho, por verdadero, más difícil el arte poético; y han tenido el peor fracaso de todos: el de un éxito social, vital, que, verdaderamente, no les correspondía."
José Bergamín, 1933


"Todas las furias de la tierra han sido absorbidas con el tiempo como arte, o como religión, o como autoridad en una u otra forma. El golpe más letal que puede asestar el enemigo del alma humana es honrar a la furia. Swift, Blake, Beethoven, Cristo, Joyce, Kafka, nombren a uno que no haya sido castrado de esta forma. La aceptación oficial es el síntoma inconfundible de que la salvación ha vuelto a ser vencida, es la señal más segura de una incomprensión fatal y es el beso de Judas."
James Agee, 1939


Que dos escritores, uno español y el otro americano, contemporáneos pero con casi total probabilidad desconocedores cada uno de la existencia del otro, escriban con tan solo seis años de diferencia dos párrafos tan parecidos en fondo y forma resulta cuando menos sorprendente.




Las palabras de Bergamín proceden de una conferencia titulada "El pensamiento hermético de las artes" cuyo texto publicó en el primer número de la revista "Cruz y Raya", de la que era fundador (yo las he encontrado, gracias a mi hermana, en la Introducción del libro de Gonzalo Penalva "Tras las huellas de un fantasma"). Las de Agee son del Préambulo a "Elogiemos ahora a hombres famosos", del que ya hemos hablado aquí.

Bergamín nació en 1897 y Agee doce años más tarde, en 1909. El primero se crió en una familia numerosa y acomodada. Agee sólo tuvo una hermana y su padre murió cuando él tenía seis años. Uno era menudo y el otro corpulento. Pero les une su condición de "marginados" literarios, de "outsiders". Ninguno obtuvo en vida el reconocimiento que merecían; ambos escaparon, pues, a ese "beso de Judas" que es la "difamación del éxito". Y ambos conciliaban sin aparente esfuerzo las ideas izquierdistas con una sólida fe cristiana. Reproduzco a continuación dos fragmentos de sendas semblanzas escritas por quienes les conocieron bien.


Bergamín, según Jean-Claude Carrière:

"(...) Fue una de las inteligencias más sensibles, penetrantes, desconcertantes y divertidas que jamás haya conocido (...) Enjuto, pequeño, aparentemente frágil, andaba como dando saltos, a paso corto, inclinado hacia un lado y dando siempre la impresión de que una ráfaga de viento podía llevárselo (...) Una cara delgada, como chupada, pequeños ojos arrugados, cabello largo y fino, de un negro que viraba hacia el gris, ejercía extrañamente una seducción inmediata (...) Último representante de cierta forma de catolicismo español, lejos de cualquier dogmatismo, llegó a escribir un ensayo sobre las persecuciones religiosas que se cometieron en España durante la guerra civil (...) Por encima de todo, era poeta."


Agee, según Walker Evans:

"No tenía mucho aspecto de poeta, intelectual, artista o cristiano, todo lo cual era. Tampoco había ningún signo exterior de su cólera paralizante y autoflageladora (...) Era muy corpulento, a la manera engañosa de los hombres vigorosos con discreción. Le faltaba gracia en los movimientos. Sus manos eran grandes, largas, huesudas, ligeras y descuidadas (...) Su cristianismo -si un extraño puede intentar hablar de él- era un vestigio pinchado y residual, pero, aún así, una emoción pura y enraizada. Era una cuestión ex religiosa, o no religiosa, y apenas se notaba."


Carrière tradujo al francés uno de los libros de Bergamín, "El clavo ardiendo". Walker Evans, por su parte, compartió con Agee la experiencia con los aparceros de Alabama que los dos reflejaron en "Elogiemos ahora a hombres famosos", uno con la cámara y el otro con la palabra.

Decía al principio que es altamente improbable que Bergamín y Agee supieran el uno del otro. Sin embargo, existe un nexo entre ambos: Buñuel. Don Luis era buen amigo de Bergamín desde antes de la guerra civil; él fue quien se lo presentó a Carriére años más tarde. Ignoro, aunque he intentado averiguarlo, si Buñuel y Agee se conocieron personalmente. No sería nada raro, ya que el cineasta aragonés vivió en Los Estados Unidos en los 40, dos años en Nueva York trabajando para el MOMA. Agee vivía entonces allí y pertenecía al mundo literario y cinematográfico de la ciudad. En las biografías del escritor americano, sin embargo, no se menciona a Buñuel.

Pero ambos, Buñuel y Agee, tuvieron una amiga en común: la fotógrafa Helen Levitt, discípula de Walker Evans.


Helen Levitt

Levitt y Agee trabajaron juntos en varios proyectos, entre ellos el libro "A Way of Seeing" y la película The Quiet One (1948), un experimento neorrealista que obtuvo reconocimiento en el Festival de Venecia.




Y Levitt, gran admiradora de "Las Hurdes, tierra sin pan" (1933), colaboró con Buñuel durante la estancia del cineasta en Nueva York.




Existe un parentesco innegable entre "Las Hurdes, tierra sin pan" y "Elogiemos ahora a hombres famosos"; son obras que comparten un mismo aliento poético, incluso ideológico, aunque evidentemente las sensibilidades de Buñuel y de Agee sean muy distintas. Yo me atrevo a aventurar que además el libro de Agee y Evans hubiera sido muy del agrado de Bergamín (supongo que nunca lo leyó porque no se publicó en español hasta diez años después de su muerte).

Carriére nos cuenta en sus memorias españolas "Para matar el recuerdo" que Bergamín decía a menudo una enigmática frase: "aprende a empobrecerte". Creo que Agee habría comprendido y suscrito esas palabras.

Ambos merecen ser honrados, aunque con ello corramos el riesgo de ser cómplices de los golpes que asestan los "enemigos del alma humana".

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